miércoles, 3 de septiembre de 2008

El regreso a Valparaíso de Cayetano Brulé

El regreso a Valparaíso de Cayetano Brulé


Envuelta en un halo de expectación apareció esta semana en las librerías de Chile y España la última novela de Roberto Ampuero, “El caso Neruda”, editorial Norma. Y es que la esperada publicación deja al descubierto uno de los secretos mejor guardados del detective Cayetano Brulé. En esta entrega el protagonista -por sexta vez- de los enredos policiales del autor de “Boleros en La Habana” se atrevió a hacer pública una singular relación con el Nobel poeta que data de 1973. “A lo mejor debí haberme quedado callado. Un detective privado debe vivir envuelto en la camanchaca del misterio, no exponiéndose en los medios. Aunque, ¿qué derecho tengo yo a callar historias portentosas?”, dice Ampuero posesionado de su alter ego.

No por nada se interesaron en esta historia editoriales de toda América Latina, España, Brasil e Italia. Y otras más. Pero, ¿por qué tan portentosa y tanta expectación? Ya el título da cuenta de la presencia de Pablo Neruda en este relato que nada tiene de real, según el escritor; no obstante, despierta ciertas suspicacias y emociones por la cercanía de los personajes, el contexto histórico y la familiaridad de los lugares, en los que Valparaíso es eje fundamental, no precisamente en todo esplendor.

La evidente decadencia de esta ciudad, un periodo políticamente complejo para Chile y los remordimientos de un hombre reconocido mundialmente por su pluma, pero con su existencia al filo del despeñadero, son el escenario en el que irrumpe un inexperto Cayetano Brulé en esto de las lides investigativas en las que el poeta nacido en Parral lo inicia con una secreta misión: averiguar si es el padre del hijo que tuvo una amante casada que él conoció en México, en 1941. “Don Pablo no quería irse de este mundo sin dilucidar ese misterio”, aclara Cayetano.

EVOLUCIÓN DE CAYETANO

Un argumento vibrante que remonta a los orígenes de este peculiar detective que difiere en aspecto y personalidad de los otros de la saga de Ampuero. En “El caso Neruda” es joven, treintañero, estaba recién llegado a Chile y vivía con una chilena aristocrática y revolucionaria. “Es don Pablo, en La Sebastiana, a través de novelas policiales de Simenon, quien me hace detective”, cuenta.

Fue a punta de leer al autor belga y de apropiarse de las mañas y el ingenio del inspector Maigret que Neruda logró instalarlo en el oficio. Por principios le aconsejó no leer a Poe, inventor del relato policial; ni a Conan Doyle, el papá de Sherlock Holmes porque a juicio del vate, sus detectives son demasiado estrafalarios y cerebrales. “En Valparaíso los carteristas les robarían la billetera en el Trolley, los muchachos de los cerros los agarrarían a peñascazos y los perros los perseguirían a dentelladas por los callejones”.

Por eso es posible a partir de esta entrega establecer la evolución que ha tenido Cayetano Brulé, ya sesentón y bonachón, de gruesas gafas, bigotazo charro, calvita latente y unos cuantos kilos de más que se hizo popular en el concurso de novela Revista de Libros, año 1993. “Lo gané mostrando destrezas en “¿Quién mató a Cristián Kustermann?”, comenta de sí mismo.

“Él cambia con el tiempo. Tiene achaques, dudas y envejece físicamente, aunque no de espíritu. El protagonista de ‘Cita en el azul profundo’ no es el mismo de ‘Boleros en La Habana’ o ‘El alemán de Atacama’: mejoran sus gustos en comida y bebida, valora el sushi y los grandes reservas, pero no renuncia a las picadas; las mujeres lo despojan de su machismo, pero sigue siendo un enamorado sin suerte; le va mejor, pero no es arribista”, aclara el escritor.

No así el Cayetano de “Halcones de la noche”, un ser más maduro al que le inquietan el Chile de la inequidad social, la amnesia colectiva y los crímenes ecológicos, y desconfía del poder y los políticos. “Cayetano abriga una utopía noble, que sueña con una sociedad más justa, democrática y consciente de las minorías y la naturaleza, una utopía sin exclusiones, que imagina un mundo más seguro y solidario en esta época en que estamos amenazados por el irracionalismo y el fundamentalismo de ambos lados. Y en eso no me queda más que apoyarlo”, acota.

Pendiente de los resultados de su flamante obra, ha recibido alentadoras noticias de Suzuki, su ayudante porteño de origen japonés que por las noches atendía la Kamikaze, una modesta fritanguería de su propiedad. El asistente confirma que “El caso Neruda” está solicitadísimo en librerías y se agotó el primer día en Puerto Montt. “Sigo siendo el mismo y como los porteños: efectivo, soñador y romántico, pero modesto. Sigo viviendo en mi casita del Paseo Gervasoni y trabajando en el despacho del Turri”.


LA HUELLA DE BRULÉ

Ese precisamente fue el punto de partida para seguir la pista del detective en esta su última novela que comienza y cierra en el Chile de hoy, bajo el gobierno de Michelle Bachelet, pero ocurre gran parte de ella en 1973, en Valparaíso, Ciudad de México, La Habana, Berlín, La Paz, Isla Negra y Santiago.

De sus incursiones en Valparaíso la primera es en el Café del Poeta, ahí Cayetano hace sus pausas cuando “el rumor de sus tripas” lo obliga. “De este le deleitaban fuera del cortadito y los sándwiches, desde luego, el piso de viejas tablas enceradas, las vitrinas con juegos de té de porcelana inglesa, los óleos con motivos porteños y la acogedora luz que irradiaban las lámparas de cobre”.

Su primera retrospectiva hacia 1973 es en La Sebastiana, donde es citado por el propio interesado para encomendarle la difícil tarea. “El poeta lo guió hasta un living de paredes de un azul intenso con un generoso ventanal que dominaba toda la ciudad, y le indicó que se sentara en un sillón floreado, frente a uno negro, de cuero. Era una sala amplia y clara, con un caballo verde de carrusel en su centro, y al lado estaba el comedor, ribeteado también por el mismo ventanal”.

Intrigado con la propuesta, Cayetano decidió que antes debía investigar quién era su cliente. Su informante lo citó en la fábrica de galletas Hucke donde, con marcada connotación política, empieza su travesía destinada a saber más del poeta enfermo de cáncer que lo había contratado. “Con sus ventanas iluminadas y el estrépito de la maquinaria, la fábrica parecía un trasatlántico navegando por un océano espeso y calmo, o al menos así le pareció a Cayetano, mientras caminaba cortando la neblina del barrio industrial. Desde los muros colgaban banderas del partido socialista del Mapu y el MIR; y lienzos que demandaban la ampliación del área estatal”.


PRIMICIA

Una primicia al seguir la ruta de Brulé en “El caso Neruda” fue dar con la casa donde nació y creció el escritor Roberto Ampuero. Situada en la Población Marina Mercante, desde su ventana en el altillo y una privilegiada vista al océano, Ampuero divisaba La Sebastiana, la casa del poeta que nunca conoció en persona. “Dejaron atrás la Ali Babá y el Teatro Mauri cuyo foyer anunciaba Los 39 escalones, cruzaron frente a la subida Yerbas Buenas con sus plátanos orientales todavía sin hojas, la de Guillermo Rivera con los almacenes en las tres esquinas, y llegaron a las casas de arquitectura inglesa, en el Cerro San Juan de Dios donde alquilaba Cayetano. Del puerto ascendían ecos de grúas y cadenas y un perfume salobre, que reconfortaba al poeta”.

Hoy en esa casa vive Raúl Lara Quiroz, jubilado de Gendarmería, con Gladys su esposa, sus hijos y una nieta. Compraron el inmueble en 1994 y lo mantienen tal cual lo tenía la familia del escritor con excepción de los muebles de madera que el mismo Roberto padre fabricaba y con los que le daba un aire estilo “british” a la casa en la que el autor de “Los amantes de Estocolmo”, pasó su niñez.

Don Raúl y su familia conservan el enchape de pino Oregón de la buhardilla en la que dicen se gestó gran parte de la creatividad literaria de Ampuero. “Fue mi casa de la infancia y es la primera en que vive Cayetano Brulé al llegar, en 1971, a Chile con su mujer chilena aristócrata y revolucionaria, Angela Undurraga Cox”, constata el autor. Es la misma casona en que, en la novela, ella lo abandona y regresa a La Habana. “Lo nuestro no tiene arreglo -afirmó de pronto Ángela con frialdad- Nos conviene esta separación. Tal vez lo mejor para ti sea irte de Chile, donde no te adaptas y, en lugar de volver a Miami, regresar a tu isla para integrarte a la revolución”.

Así transcurre el libro, saltan do de una latitud a otra, pero donde el vínculo con Valparaíso es fraterno. El propio Cayetano lo confirma: “Sus tres peldaños que conducen al cielo: la bahía, el plan y los cerros. Valparaíso es como la vida: a veces se está arriba, a veces abajo. La vida es como los ascensores de Valparaíso: unos bajan, otros suben. En cada recoveco te espera una escalera por la que puedes subir o tal vez caer. La vida es así y los porteños nunca lo olvidamos. Por eso somos cautos, filosóficos, sencillos y algo desconfiados”. Amén.


CRUZADA


Los vecinos del cerro San Juan de Dios, están unidos en la cruzada de cambiar el nombre de uno de sus pasajes y denominarlo “Roberto Ampuero”. De hecho, la solicitud ya fue elevada al alcalde Aldo Cornejo y se espera una positiva respuesta a fin de que, en noviembre, cuando el novelista venga al lanzamiento oficial en Chile de su última novela, poder rendirle ese homenaje. Todavía no hay respuesta.


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Íntimas confesiones del detective

-¿Usted es un hombre feliz?

“Tengo la felicidad de ser un hombre feliz. En las duras y las maduras ando dichoso. Cuando se vive en Valparaíso y pasa momentos amargos, pasear la vista por la ciudad en un día despejado le arregla el alma hasta al diablo. Más ahora que hay tanta picada, actividad y color, y la ciudad se reinventa de nuevo. Ojalá algún día despeguemos como volantín chupete en setiembre. Pero el centralismo nos tiene agarrados por la colita”.

-¿No sólo hay una calle en Valparaíso pensada en inmortalizar a Cayetano, también piden un vino con su nombre. ¿No será mucho?

“Me dejo querer, para qué voy a andar con cosas. Tendría que ser un tinto bueno y al alcance de los bolsillos. En el restaurante La cuisine hay champiñones rellenos que llevan mi nombre. Y en el Café Turri había una mesa que se llamaba como este servidor. Todo esto es expresión del cariño, pues yo me hice porteño, aunque vengo del Caribe, y la gente aquí es generosa y se alegra de tenerme de vecino”.

-¿Cómo ama a una mujer?

“Con la pasión desbocada que me enseñó el poeta en ‘El caso Neruda’, invitándola a cenar y bailar, poniéndole boleros, mostrándole la bahía en la noche mientras le soplo un poema en la oreja, tratándola como una reina...”

-¿Cuáles son sus miedos?

“Me causa miedo ver que estamos destruyendo el planeta. Le temo a la crueldad de las enfermedades terminales, pero no le tengo miedo a la muerte porque todos tenemos que morir. Esta no es una función continuada, sino un viaje con un puerto de arribo que no está impreso en el ticket. Le tengo miedo a morir antes de tiempo, con muchos asuntos pendientes, antes de cerrar la puerta de mi casa”.

-¿Hasta cuando Brulé se apropia de Ampuero?

“El escritor empezó todo esto en 1993 como jugando conmigo en sus novelas. Yo estaba entonces en sus manos. Ya no. Sospecho que yo viviré más tiempo que él. La razón: él es un nómade, un trashumante, va recogiendo recuerdos y cosechando olvidos. Yo soy un árbol que se afincó en la tierra y echó raíces. De aquí seguirán saliendo frutos”.

-¿Qué odia Cayetano Brulé de Roberto Ampuero?

“Del escritor yo no odio nada. No odio a nadie. El odio se revierte contra uno y amarga. A veces sí quisiera que el hombre de la pluma me repartiera un poquito más de lo que le toca a costa mía. Me llegan rumores de que le está yendo bien... Sí le envidio sanamente una cosa: el título de Hijo Ilustre de Valparaíso...”

-¿Cómo visualiza su propia muerte? ¿Cuál sería su epitafio?

“Seguiré trabajando hasta que me vaya al otro vecindario. La muerte es algo al final hasta deseable porque sería aburrido que todos fuésemos eternos, como me dijo don Pablo. La muerte es el paso a otra forma de energía. Como todos tenemos los días contados, hay que vivir intensamente. Mi epitafio: ‘Hoy por mí, mañana por ti”.

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